"Nada es imposible cuando la imaginación se instrumenta
con acordes que solo el amor conoce"
Eligió además del piano, una figura griega en mármol blanco y una puerta de madera árabe para llevar a clientes que sabía de su interés con antelación por esas piezas para ser entregadas en la misma ciudad en la que vivía la señorita Gabriela.
Sevilla... Siempre le gustaba visitar aquella preciosa y encantadora ciudad. Había estado ya un par de veces y, a pesar de haber viajado por diferentes rincones de todo el mundo, era uno de sus preferidos. Todavía recordaba la de veces que había caminado por las calles del llamado Barrio Santa Cruz y como fue su visita a los Reales Alcáceres. Eligió su alojamiento como siempre en el hotel Alfonso XII, siendo el más caro pero el mejor sin lugar a dudas. El se lo podía permitir...
Escuchó como sonó el teléfono en la mesa de Steven, y unos segundos después recibió el “bip” que le indicaba que era una llamada para el:
- Dime Steven.
- Sr. Sanders tiene una llamada de un tal Señor Benger Klein. Dice que ya ha hablado con usted hace unos días.
Raúl se sorprendió, era la misma persona que efectivamente días atrás le había localizado para ofrecerle el doble sobre el piano de Gabriela.
- Sr. Sanders? le paso la llamada o le indico que está usted ocupado.
- No, no. Pásala... – se escuchó un “clic” y entonces habló- Digame?
- Buenas tardes Señor Sanders. Al habla Benger Klein. Disculpe que le llame de nuevo pero tengo que hacerle otra oferta sumamente interesante sobre aquel piano que hablamos – dijo con una voz intensa y con un acento que denotaba que su lengua natal no era el inglés.
- Si le recuerdo perfectamente, pero ya le comenté que ese piano está ya vendido, de hecho ya estamos preparando su traslado para posiblemente la próxima semana. Quizás le interese otro modelo, disponemos de otros pianos y clavecines también muy interesantes y de una conservación exquisita.
- No me ha entendido... Solo estoy interesado en ese piano. Podría ser una herencia familiar que por algún motivo fue vendido en su momento y me gustaría recuperarlo... Por eso triplicaría su precio, si usted me lo permite.
- El que no lo ha entendido es usted Sr. Klein- realmente empezaba a sentirse bastante molesto con la llamada, y mucho más, que alguien pensara que por pagar más dinero iba a conseguir todo lo que quisiera aunque fuese un pianos del siglo... Raul lo había visto muchas veces en su vida. Como personajes adinerados, utilizaban su solvencia económica para conseguir todo tipo de favores. Pero el no era así – El piano no está en venta, así que por favor si usted no está interesado en ninguna otra pieza, amablemente le diré que estoy bastante ocupado y he de terminar algunas cuestiones importantes, así que permítame pasarle de nuevo con mi secretario si necesita cualquier otra cosa o si no esta conversación termina ahora mismo.
- No gracias. Buenas tardes.
- Buenas tardes – contestó Raul y colgó el auricular.
En verdad estaba bastante intrigado por tanta insistencia por ese piano. Recordó de nuevo que esa pieza, junto con otras, habían estado guardadas durante mucho tiempo sin ser llevadas a subasta. Cuando el las descubrió, se encontraban en un pequeño almacén del que aún pagaban alquiler. El pensaba que era algún trastero de sus padres pero cuando vio que eran piezas, algunas de ellas, en buen estado para subastas, no lo dudó un momento y las desalojó todas para proceder a su valoración y posible restauración. Ni siquiera se lo comentó a su padre pero ahora, igual debía tener una conversación con el al respecto. Quizás había una explicación sobre la existencia de ese almacén y sobre todo si el sabría como ese piano había llegado hasta ellos.
Conduciendo de regreso a casa, comencé a recordar aquella vez en la que tomé la decisión de decirle a mi padre que quería dejar las clases de piano. Por aquel entonces tenía 14 años y era fan de un grupo de chicos que más que cantar, gritaban, por lo que tocar música clásica era para mí, según entendía entonces, todo lo contrario a lo moderno y “a la moda”. Claro que entonces no me daba cuenta de lo que yo misma disfrutaba tocando el piano y como adoraba a los clásicos.
Mi padre se enfureció y gritó tachándome de desagradecida. Nunca antes me había hablado de esa forma, por lo que me di cuenta de la importancia que tenía para él que siguiera con mis clases de piano. Lloré muchísimo, más por haber disgustado a mi padre, que por el hecho en sí de tener que seguir tocando. Mi madre, como siempre conciliadora, me tomó de la mano y me llevó al salón donde teníamos un viejo piano que un vecino ya mayor, nos había dejado para que yo pudiese practicar en casa. Sacó un pañuelo, enjugó mis lágrimas y sonriéndome me dijo:
- Elige tu favorita, la que más te guste y tócala... Luego te haré una pregunta.
Algo confusa y sin poder decir nada por el nudo que aún estaba en mi garganta, asentí con la cabeza y coloqué mis manos sobre el teclado. Mis dedos comenzaron a moverse fluyendo las notas que serenaron mi cuerpo. Cerré los ojos, no me hacía falta tenerlos abiertos para tocar aquella pieza. Entonces sonreí y, al abrir los ojos de nuevo, me encontré con la mirada de mi madre que a su vez también me sonreía. Puso una mano en mi hombro y ya no hizo falta que me hiciera ninguna pregunta puesto que sabía la respuesta...
- Sí mamá...adoro tocar el piano...
Al llegar a casa lo primero que hice fue dirigirme hacia el dormitorio de mis padres. La última vez que entré, fue para dejar una bolsa de plástico negra encima de la cama e inmediatamente salir sin tan siquiera mirar en su interior...
Abrí la puerta intentando tener el pulso lo más firme posible aunque me dí cuenta que mi mano temblaba. Junté las dos manos y respiré profundamente antes de dar un paso al interior de la habitación. Como las ventanas estaban cerradas y las persianas echadas, solo podía distinguir la silueta de los muebles, aun así, numerosos recuerdos se agolparon en mi cabeza como si se metieran todos de una vez dentro de una coctelera y estuviera a punto de pulsar el botón de encendido para salir corriendo y destrozarlos con las cuchillas de la ignorancia.
Encima de la cama, distinguí lo que había venido a buscar. Di unos pasos más, era como si estuviera midiendo la distancia, no más de la necesaria, para alargar mi brazo y poder coger aquella bolsa. Eso hice, la agarré con fuerza para acercarla a mi pecho mientras sentía como si un peso arqueara mi espalda. Giré sobre mis talones y como un autómata, recorrí el poco espacio que me distaba del pasillo cerrando la puerta con un portazo que me pareció de lo más doliente. No sé porque lo hice pero me volví y, sosteniendo la bolsa con una mano, coloqué la otra sobre la puerta y susurré “lo siento”.
Música: Chilhood -Yann Tiersen